Las dos Iglesias
Posted by Fidel Ernesto Vásquez I, en 16 noviembre 2010
En todo caso es seguro que para dar esas cifras, quien lo ha difundido ha tenido que seguir contando a todos los bautizados -todos sin permiso del bautizado-, muy mermados tras la dictadura cuando el cese de los bautizos generalizados tuvo que ser enorme… Es decir, esos que dicen que hay en España un 72 por ciento de católicos cuentan como tales no a quienes profesan la creencia vaticana y frecuentan las iglesias como hacen por el contrario, por ejemplo, los islámicos; tampoco a quienes sienten devoción y se han comprometido con un credo y praxis católicos, sino a quienes, recién nacidos, fueron inscritos en un registro religioso por sus progenitores, obligados estos por la dictadura franquista a bautizarlos so pena de excomunión y de negarles la existencia. Y esto se extiende hasta el mismísimo año en que fallece cómodamente el dictador.
Pero sea como fuere, dentro de la Iglesia católica hay dos Iglesias, como hay dos Españas: la Iglesia de los “duros”, de los extremistas sólo interesados en la superficie o apariencia de las cosas, de los de pocos escrúpulos y mucha determinación para imponerse, y la Iglesia de los “buenos”, de los ingenuos, de los de buena fe y de los entregados a su misión espiritual; gracias a todos los cuales los otros se jactan de una presunta santidad, de una rectitud de conciencia y de unas buenas intenciones que en ellos brillan por su ausencia.
El primer grupo es la Iglesia de la jerarquía: desde el papa hasta el último obispo. El otro grupo es la tropa: desde el párroco de la última parroquia hasta el último coadjutor. Qué duda cabe que eso mismo sucede en todos los colectivos institucionales y en toda clase de corporaciones profesionales que se dotan de reglas éticas que unos respetan y otros conculcan para su provecho personal. Pero en el caso de la Iglesia, por su deriva a lo largo de los siglos, la cosa es mucho más sangrante. Los párrocos han estado siempre entre la espada y la pared, es decir, entre las exigencias de la jerarquía –a menudo de carácter mercantil y empresarial- y el consuelo que buscan en ellos sus feligreses. Muchos han tenido que decidirse entre la santidad y la heroicidad. Pero si ser santo, en estos tiempos es signo de debilidad, ser héroe, en todo tiempo, es mucho pedir.
No obstante estos reparos, quiero destacar hoy aquí que la clase estrictamente sacerdotal que vive honda espiritualidad, que no olvida las bienaventuranzas ni los pasajes evangélicos más consoladores que dotan de grandeza a la religión cristiana, y desea transmitir no sólo con prédicas sino también contagiando a la feligresía de sus creencias, puede ser injustamente vista y tratada. Injustamente tratada tanto por la jerarquía que distingue entre párrocos obedientes y párrocos indóciles, como por nosotros: agnósticos, escépticos, ateos y profundamente indiferentes. Nosotros los vemos con indiferencia o ira, pues en ellos atisbamos, concentrada, la miseria moral del papa, de los cardenales, de los arzobispos y de los obispos. Y esa miseria tiene un fundamento. El fundamento de que, para llegar a donde están, han debido adquirir la catadura de todo aquél que está al frente de la sociedad, en la que destaca una laxa o nula conciencia. Esa gente que alcanza el poder, difícilmente puede durar a donde llega, si la tiene, pues muy pronto ha de comprobar el precio que ha de pagar para mantenerse, y por encima de cuántos ha de pasar para retenerlo, pues si no mirase a otra parte, si no cometiese o consintiese injusticias por acción u omisión, si no se corrompe debería abandonarlo inmediatamente…
Desde aquí hoy me he propuesto romper una lanza por los párrocos no tanto de las grandes urbes como los párrocos de tantas parroquias rurales que se van quedando, por cierto, desiertas. Aunque muchos sigan en ellas cumpliendo con su ministerio con frialdad porque no tienen más remedio que vivir, estoy convencido de que la clase sacerdotal que no forma parte de la jerarquía católica es la primera desengañada de tantas imposturas y tantas patrañas como ha venido cometiendo y difundiendo la jerarquía vaticana a lo largo de los siglos. Los párrocos, en fin, son las primeras víctimas del descreimiento generalizado que sufre este país, donde a duras penas los católicos deben ser justo el tanto por ciento invertido, es decir, el 23, y donde, como en el resto del mundo, creo que deben estar desertando a razón de miles por minuto.
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