Este texto forma parte del famoso folleto escrito por Trotsky en 1938, «Su Moral y la Nuestra»
El medio sólo puede ser justificado por el fin. Pero éste, a su vez, debe ser justificado. Desde el punto de vista del marxismo, que expresa los intereses históricos del proletariado, el fin está justificado si conduce al acrecentamiento del poder del hombre sobre la naturaleza y la abolición del poder del hombre sobre el hombre.
¿Eso significa que para alcanzar tal fin todo esté permitido? – nos preguntará sarcásticamente el filisteo, revelando que no ha comprendido nada. Está permitido – responderemos-, todo lo que conduce realmente a la liberación de la humanidad. Y puesto que este fin sólo puede alcanzarse por caminos revolucionarios, la moral emancipadora del proletariado posee – indispensablemente-, un carácter revolucionario. Se opone irreductiblemente no sólo a los dogmas de la religión, sino también a los fetiches idealistas de toda especie, gendarmes filosóficos de la clase dominante. Deduce las reglas de la conducta de las leyes del desarrollo de la humanidad, y por consiguiente, ante todo, de la lucha de clases, ley de leyes.
¿Eso significa, a pesar de todo, que en la lucha de clases contra el capitalismo todos los medios estén permitidos: la mentira, la falsificación, la traición, el asesinato, etc.? – insiste todavía el moralista. Sólo son admisibles y obligatorios- le responderemos-, los medios que acrecen la cohesión revolucionaria del proletariado, inflaman su alma con un odio implacable por la opresión, le enseñan a despreciar la moral oficial y a sus súbditos demócratas, lo impregnan con la conciencia de su misión histórica, aumentan su bravura y su abnegación en la lucha. Precisamente de eso se desprende que no todos los medios son permitidos. Cuando decimos que el fin justifica los medios, resulta para nosotros la conclusión de que el gran fin revolucionario rechaza, en cuanto medios, todos los procedimientos y métodos indignos que alzan a una parte de la clase obrera contra las otras; o que intentan hacer la dicha de las demás sin su propio concurso; o que reducen la confianza de las masas en ellas mismas y en su organización, substituyendo tal cosa por la adoración de los «jefes». Por encima de todo, irreductiblemente, la moral revolucionaria condena el servilismo hacia la burguesía y la altanería con los trabajadores, es decir, uno de los rasgos más hondos de la mentalidad de los pedantes y de los moralistas pequeño-burgueses.